Detrás de esta simple palabra hay una promesa de Jesús de la cual nos hemos fiado: "Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos? o ¿qué beberemos? o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso." Mt 6, 25.31-32

La palabra Providencia se vuelve familiar porque está ligada a una experiencia viva y tangible del amor fiel de Dios que no nos abandona. Comprender la Providencia equivale a entender el amor de un Dios que es Padre y Madre. No es solamente recibir lo que se necesita sino experimentar el amor, es sentirse amados siempre y de todas maneras, tener la conciencia que se es objeto de atención.

Un milagro que se repite

Queremos afirmar en cada pequeño paso de nuestro camino una confianza que se vuelve certeza: Dios provee, guía, orienta, obra. En cada experiencia concreta de Providencia, amamos leer el sí de Dios a la vida, a las elecciones, al camino que, con pobreza, nos esforzamos por realizar.

El sí del hombre y el sí de Dios

Ser una comunidad que vive de Providencia significa, más profundamente, entrar en una relación de reciprocidad con Dios. Nuestro sí incondicional y confiado en él, su sí a nosotros, más allá de nuestras debilidades y equivocaciones. Vivir de Providencia se vuelve amar lo que el Señor dona y permite, alegrarse de lo poco como de lo mucho. Junto a nuestro sí incondicional y confiado a Dios, está más fielmente, ¡el sí de Dios hacia nosotros! La Providencia es uno de los modos en que Dios nos responde, dando su aprobación a nuestro intento cotidiano de dejarnos conducir según un designio de fe. Dios mismo establece con nosotros, los seres humanos, una relación trinitaria, una reciprocidad de amor.

Colaboradores de la Providencia

La confianza en la Providencia llena cada una de nuestras Comunidades con hermanos dispuestos a lanzarse con nosotros en esta misma aventura. En una óptica de intercambio de dones, cada persona, sintiéndose amada, percibe, a su vez, el deseo de amar a los hermanos. De ese modo, cada uno puede volverse Providencia para el otro, expresión del cuidado y de la bendición de Dios.